¿Formamos médicos o profesionales de la enfermedad? Una mirada crítica a la educación médica occidental
La formación médica en los países occidentales ha logrado avances impresionantes en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades.
Se trata, sobre todo, de aprender a vivir bien.
No hay duda de que contar con profesionales capacitados para identificar una patología, entender su fisiopatología y aplicar tratamientos eficaces ha salvado millones de vidas. Sin embargo, esta misma formación adolece de una gran carencia: el conocimiento profundo y práctico sobre cómo promover y preservar la salud.
Las universidades, facultades de medicina e instituciones de formación sanitaria, en su mayoría, preparan a sus estudiantes para enfrentar la enfermedad, no para fomentar el bienestar. Así, producimos profesionales de la enfermedad, expertos en detectar lo que está mal, pero no necesariamente en cultivar lo que está bien.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". Esta definición concibe la salud como un estado holístico que abarca múltiples dimensiones del ser humano, y no se limita únicamente a la ausencia de enfermedad.
Según esta visión, la salud permite a la persona desarrollar sus aspiraciones, satisfacer sus necesidades y establecer relaciones adecuadas con su entorno. Esto implica:
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Bienestar físico: Un cuerpo sano, con buena nutrición, actividad física regular y cuidados médicos apropiados.
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Bienestar mental: Un estado de equilibrio emocional, tranquilidad y capacidad para enfrentar los desafíos de la vida.
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Bienestar social: Un entorno favorable, con vínculos saludables y redes de apoyo.
Además, la OMS enfatiza que la salud es un derecho humano fundamental, lo que implica el compromiso de garantizar condiciones que favorezcan una vida saludable para todos.
Sin embargo, la práctica médica actual continúa enfocándose de manera reactiva: se interviene cuando la enfermedad ya se ha manifestado. Este enfoque deja de lado un aspecto esencial: la verdadera prevención y el mantenimiento activo de la salud. La medicina debería comenzar mucho antes del síntoma, la lesión o el diagnóstico. Pero rara vez se enseña cómo acompañar a las personas en el camino hacia una vida plena y saludable.
Aspectos clave para una salud integral suelen ser minimizados o tratados superficialmente en la formación médica, tales como:
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La educación en hábitos de vida sostenibles y saludables.
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Una alimentación basada en evidencia científica, personalizada según las necesidades individuales.
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El rol esencial de la actividad física como pilar del bienestar.
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La exposición al sol y su relación con la síntesis de vitamina D.
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La suplementación adecuada, cuando está clínicamente indicada.
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La gestión del estrés y las emociones, que influye directamente en la salud física.
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Herramientas prácticas para promover cambios de hábitos duraderos.
Estos pilares deberían estar en el centro de una medicina verdaderamente preventiva. Sin embargo, como no forman parte fundamental del currículum académico, muchos profesionales egresan sin los conocimientos necesarios para guiar eficazmente a sus pacientes en el autocuidado y la promoción de la salud.
Esta visión reduccionista de la medicina ha contribuido, sin proponérselo, a un sistema que responde ante la enfermedad en lugar de anticiparla. Paradójicamente, vivimos en una era de acceso masivo a la información sobre salud, pero los índices de enfermedades crónicas, obesidad, ansiedad, depresión y sedentarismo continúan en aumento.
"Educar para la salud: una necesidad urgente"
Es importante educar a la gente en calidad de vida y salud. Muchas veces se prefieren las soluciones mágicas cortoplacistas a hacer el esfuerzo de cuidarse.
En la sociedad actual, donde el ritmo de vida es acelerado y las soluciones rápidas son la norma, muchas personas tienden a elegir atajos en lugar de caminos sostenibles. Frente a un malestar físico o emocional, es común recurrir de inmediato a pastillas, suplementos o incluso cirugías, esperando una mejora inmediata. Sin embargo, estas son soluciones temporales que rara vez abordan la raíz del problema.
Lo que realmente transforma la salud no son los remedios mágicos, sino el compromiso con un cambio de estilo de vida: una alimentación consciente, actividad física regular, descanso adecuado, gestión del estrés y, sobre todo, un propósito que le dé sentido a cada día. Estas son las verdaderas medicinas preventivas, gratuitas en su mayoría, pero que requieren lo que pocos están dispuestos a invertir: tiempo, constancia y esfuerzo.
La educación en salud y calidad de vida debe ser una prioridad en todos los niveles: en las escuelas, en los espacios laborales y en los medios de comunicación. Las personas necesitan saber que su bienestar no depende únicamente del sistema de salud, sino también —y principalmente— de sus elecciones cotidianas.
No se trata de juzgar a quien elige el camino fácil, sino de empoderar a la población con información, herramientas y apoyo para que pueda tomar decisiones conscientes. Porque la verdadera salud no se compra, se cultiva día a día.
Es urgente una transformación profunda en la formación de los profesionales de la salud. La medicina del futuro debe ser más humana, integral y preventiva. Debe recuperar el equilibrio entre tratar la enfermedad y enseñar a vivir con salud.
Porque no se trata solo de evitar morir.
Referencias
Excelente nota
ResponderBorrarGracias
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